- Rutina
Las rutinas, a pesar de que se diga que terminan automatizando al hombre o hacerlo caer en la monotonía, tienen un tipo de magia poco pensado. Los hombre se despiertan, se asean, hacen deporte, desayunan, trabajan, almuerzan, siguen trabajando, vuelven a casa, tal vez alternan con alguna conversación y luego duermen (esta es solo un referencia general, sin ningún afán, porque hay rutinas menos ricas).
Eso no debería sorprender para nada. ¿De dónde la máquina? Subo al autobús y sé que el chofer repite varias vueltas antes de ir a casa y encontrarse con los que ama o quiere. Voy al supermercado y lo mismo: alguien sentado o sentada pasando cosas para comer o usar a veces con sonrisa y a veces con tedio. No son máquinas lo sé. El problema es que la máquina ha sido tan heroica que terminó convenciendo nos que podemos tener su eficiencia fría. No amor, no pensar, no dolor.
- calles
Pero ahora que percibo esos cuerpos transitando junto a mí en las calles de BH es difícil no ver rutinas y cortocircuitos de las mismas. Deudas, corazones rotos, cerrados, apasionado, estúpidos, más deudas, algunas palabras trabadas en la garganta, lágrimas tercas que no quieren salir (y que deberían, claro). Además de ello hay otros puntos vitales detrás de esos rostros aparentemente rutinarios: gustos sexuales, fantasías, envidia, hambre, insatisfacción con alguna parte de las carnes que cargan, planes inciertos, saltos mortales.
Esa es la nada de los días de mis amigos no autómatas, una nada llena, repleta de espinas que los llevan a moverse de aquí para allá dentro de un hormiguero poco planeado. Incluso yo, hormiga en busca de mis temas en la calle, tengo algo de ellos (¿o tal vez ellos son mis dueños?). No he contado otras cosas que son fundamentales dentro de esta nada: autos, semáforos, pistas, tiendas, olor de comida, voces, gritos, luces, música. Todo ello es una trama en la que no se puede simplemente ser monótono o maquínico. Tal vez la verdadera máquina sean esos cerebros que transitan en sus asuntos. El hombre que barre vestido de anaranjado, la mujer que ofrece agua helada, los cocineros concentrados en ollas y vapores.
Este sentirse mezclado desde la mañana hasta la noche no es la nada, es la abundancia de vida que se nos escapa irremediablemente. Quizá las máquinas sean tristes y asumimos su rol frío, despreocupado cuando todo un río emerge sin concierto en nuestros gestos. Hace unos días conversaba con un amigo periodista sobre esos temas de los que la gente no habla mucho, pero que son fundamentales como el amor. Sé que estas personas aman o están frustrados por el amor y es ahí donde podría entrar el juego de las desmaquinización, ese cuento que nos han hecho tragar entero. Nuestra nada está llena, incluso empecé esta crónica sobre la nada, pero hay tanto que sería pecado decir nada.
Publicado: 2015-08-04
La nada suele ser más sabia que muchos artificios sobre los que el tiempo reposa sin vergüenza alguna.
Escrito por
Octavio Mermão
Creyente, extranjero, hermano menor de las palabras.
Publicado en
Quién hace tanta bulla
Nos hemos peleado tanto que ya es hora de volver a los abrazos.